jueves, 22 de septiembre de 2011

HISTORIAS E HISTERIAS 1



                                                                   
                                                                        INSECTICIDIO
                            (Historia basada en hechos reales adulterados. El 96'7% es pura realidad)

Aquella mañana me desperté a las ocho para ir a Barcelona a comprar ropa con un par de colegas. No pudimos desayunar debido a el ansia por consumir que invadía nuestro juicio, así que una vez reunidos nos subimos al coche y pusimos rumbo a esa gran ciudad.
Hacía un calor.... Una de gente... Una de ruido... Una de guiris... Una de muslos...

Sergio, uno de los dos amigos que me acompañaban, es una de esas personas a las que mas que comprar ropa les gusta ir a comprarla. No se si me explico. Se están el rato que haga falta, se prueban lo que haga falta, dan la vuelta y vuelven a la tienda las veces que haga falta. Oswaldo, el otro, es un tío de esos que según y como parece que ni están, y yo soy uno de esos tíos cuya estrategia militar sería lanzar una bomba nuclear sacrificando incluso vidas inocentes con tal de acabar la guerra cuanto antes.

La mañana fue durísima. Compramos mucha ropa. Llevábamos unas cuatro o cinco bolsas por cabeza. De repente sentí un fuerte dolor en el pecho, como si me hubieran agujereado el torso con un taladro gigante y al dolor le siguió un extraño ruido, como el ronroneo de un tigre. En ese momento decidí preocuparme por la hora y al comprobarla descubrí que eran las cuatro de la tarde y aún no había comido absolutamente nada... Que hambre.
Opté por poner fin a esa odisea de consumismo y propuse que ya era hora de ir a comer algo. No fue fácil, pero al final conseguí sacar a Sergio de su profundo trance y nos dispusimos a buscar un sitio donde alimentarnos. Fuimos a un Pans, pero estaba repleto de gente. Fuimos a una M, pero estaba a tope. No había sitio en ninguna parte y yo ya no tenía hambre, tenía sed de sangre.

Anduvimos desnutridos hasta Canaletes, donde pudimos divisar una larga cola de gente esperando a que les sirvieran un plato de arroz que estaban preparando en plena calle.
-Podríamos comer arroz de ese.- Dijo Sergio, como si se tratase de una genial solución. Pero cuando me fijé bien en la cola me cercioré de que los individuos eran indigentes.
-No podemos-Dije tajante- Ese arroz es para alimentar a los pobres y con estas bolsas repletas de ropa no tenemos aspecto de necesitar comida gratuita.
-Yo necesito ir al lavabo- Eso es lo único que dijo Oswaldo en toda la aventura.
Al otro lado de las ramblas había y sigue habiendo un Burgur Kung (deformo el nombre para no hacer propaganda) al que decidimos entrar y que evidentemente también estaba a rebosar.

-Hay un comedor subterráneo, lo he visto cuando hemos ido al lavabo- Dijo Sergio con alegría, mientras Oswaldo asentía con la cabeza.
-Perfecto- Respondí- Vosotros dos podríais hacer cola mientras yo espero abajo con las bolsas, puede que consiga unos asientos.

El subterráneo estaba también repleto de gente y ademas hacía un calor y una peste alucinante, pero el hambre era ya demasiado así que me planté junto a una pared y con unas quince bolsas de ropa a mis pies las cuales miraban alucinados todos aquellos que pasaban por delante de mí, me propuse conseguir un asiento costara lo que costara. Me di cuenta de que en las ciudades, la gente no tiene tantos escrúpulos con lo que al arte de conseguir un asiento se refiere; si ven una mesa donde solo hay un individuo se sientan al lado para presionarle y punto. Hay un dicho que dice: Allí donde fueres haz lo que vieres, así que opté por imitar a los autóctonos.
Alargué la vista y en una mesa al fondo pude ver a un hombre solitario sentado de espaldas a mí, crucé el comedor en esa dirección mientras acarreaba las quince bolsas y notaba como la sangre ya no podía llegar a mis dedos debido al peso. Al llegar me senté frente al hombre sin apenas mirarle, yo estaba sentado de perfil y por el rabillo del ojo pude notar que el individuo tenía una especie de tembleque. Me estaba empezando a poner nervioso cuando de repente soltó un siniestro murmullo como si fuera un zombi. Al girarme hacia él me di cuenta de que este era un esquelético yonki que tenía la boca sucia, llena de granos de aquel arroz que estaban repartiendo en la calle. Tembloroso agarró su plato de plástico lleno de arroz y me ofreció un poco, pero yo lo rechacé con una arcada. Me puse en pié cual soldado ante un sargento, agarré las bolsas, crucé el comedor, noté de nuevo el dormirse de mis dedos y me apoyé en la pared del principio. Al cabo de un rato una pareja terminó de comer y conseguí esos deseados asientos.

Recuerdo el sabor del primer bocado de mi hamburguesa y el primer trago de mi refresco. Que gratificante era el hecho de estar sentado en una mesa, con tu bandeja de colesterol esperando a ser devorada. Sentí ese hormigueo que siente uno después de pasar medio día en la ciudad caminando, comprando y sin comer.
Noté algo raro, un silencio momentáneo, como si hubiera pasado un fantasma. Levanté la mirada y vi a Sergio mirando por encima de mi hombro.
-¡Que asco, yo paso de comer aquí!-gritó mientras tiraba su hamburguesa sobre la mesa.
No comprendí esa reacción hasta que me volví. Yo estaba sentado de espaldas a una pared donde se hallaba la puerta del cuarto de la limpieza y al girarme lo vi, era una enorme y suculenta cucaracha, pero no una cucaracha de esas negras de toda la vida, era una cucaracha de color marrón, como las que salen en la película Men in black o Starship troopers o El cuchitril de Joe, parecía importada de Hollywood, era un ejemplar maravilloso para todo entomólogo que se precie.
Yo no sabía que hacer, me quedé de piedra y sentí como si los sonidos desaparecieran y todo se moviera a cámara lenta. Me pareció oír una voz, como la de los Walkman cuando se agotan las pilas:
-¡Va hacia las bolsas!- era la voz de Sergio- ¡Matala!.
Salí del trance, me levanté aún con la hamburguesa en la mano y al ver que la gigantesca cucaracha pretendía introducirse en una de mis bolsas de flamante ropa...¡Plas! Lancé una patada con todas mis fuerzas y pude sentir el crujir de su exoesqueleto bajo la suela de mis zapatillas. Resultó que la pared era de madera aglomerada, la potencia de mi golpe la agujereó y mi pié quedó encallado por momentos.
Se hizo el silencio y me di cuenta de que toda la gente del comedor había dejado de comer y estaba observando ese insecticidio. Vi en sus caras la verdadera expresión del asco y la repugnancia. Indignado, volví a sentarme, escupí sobre la bandeja lo que estaba masticando y desde luego dejé de comer. Vi a uno de los empleados del burguer y le hice señas para que se acercara. Cuanto mas cerca estaba mas delgado se veía, era el típico chavalote hiper delgado, semipelirrojo, con gafas y con la cara reventada de granos de varios colores.
-Quiero hablar con el encargado - Espeté, y resultó que era él.
-¿Que quieres? ¿Quien ha roto la pared?
-He sido yo, por que había una enorme cucaracha paseándose por ella, una cucaracha correteando por el comedor y encima al lado del cuarto de la limpieza. Sois unos cerdos y unos impresentables. Si tenéis la desfachatez de tener el comedor apestado y con cucarachas paseándose por aquí... ¿Que coño tenéis en la cocina? ¿A Bin Laden?
-Calmate Raúl- Dijo Sergio- No merece la pena.
Me tragué la rabia para sustituir a la comida y me calmé. El ''encargado'' empezó a moverse de forma extraña, como su fuera un bailarín de break dance, se agachó de golpe y escrutó los bajos de la mesa hasta que encontró el cadáver de la cucaracha y la agarró con sus manos desnudas. -¿Es esta?- preguntó mientras abría la palma de su mano mostrándome muy cerca de mi cara el cuerpo sin vida del bicho. Me limité a mirarle con cara de pocos amigos mientras me encendía un cigarro. -Aquí abajo no se puede fumar- Me dijo. Le dí una fuerte calada al cigarro y le tiré todo el humo en la cara, el tosió delicadamente, se fue hacia la papelera donde se deshizo del cadáver y abandonó el comedor. Mi intención era fumarme el cigarro tranquilamente y luego abandonar ese asqueroso establecimiento cuando, a mitad del cigarro noto una presencia de pié junto a mi mesa.-¿Te sobra o qué?- dijo una voz gutural que sonó como la de un orco. Levanté la vista y vi a alguien que parecía una especie de caricatura de un motero del infierno; estaba muy sucio y la barba le llegaba hasta las rodillas, vestía una chupa de cuero sin mangas plagada de dibujos hechos con tipex. -¿Pero te sobra o qué?- Repitió mientras señalaba mi bandeja llena de restos de comida basura entre los cuales aún había el bocado recién escupido. Le miré a la cara y luego miré la bandeja. - Ehm... Sí.
-¡¡Mercy tío!!- Y empezó a coger todos los restos de basura y a introducirselos en la boca, se lo comió todo incluido el bocado escupido y cuando terminó con todo no dudó en coger mi refresco y bebérselo también. Me dejó seco y se despidió de nosotros levantando su enorme y sucio pulgar.
Al final nos fumamos un par de cigarros mientras comentábamos lo que había pasado sin dar crédito. -Voy al lavabo y nos vamos ¿ok?- dije.
Al llegar al lavabo casi pierdo el conocimiento debido al calor y el mal olor que este desprendía. La puerta del retrete estaba cerrada y al intentar abrirla oí una fuerte voz de repente: - !!Eh tío, que estoy yo¡¡¡- Era la voz del motero. Después de hablar se tiró un pedo increíble y yo decidí salir de ahí por patas, antes de salir por la puerta el motero me pidió un cigarro a gritos, pero me hice el sordo y volví a la mesa.-Vayámonos ya de aquí tíos, esto es un infierno- Supliqué, y antes de que nos levantáramos para irnos, el motero salió del lavabo con un montón de papel higiénico pegado a sus botas, estaba sucio de excrementos humanos. Miró hacia sus pies, se quitó el papel, lo dejó en en suelo y se fue. En unos instantes llegó el ''granudo encargado'' y al ver el papel en el suelo lo cogió con las manos. Cuando notó el pegajoso tacto de la MIERDA y su particular olor se puso a llorar mientras soltaba arcadas. -Eso te pasa por coger cosas del suelo cerdo- grité mientras cogíamos nuestras bolsas y nos disponíamos a abandonar aquel asqueroso lugar.

Cuando volvimos a nuestro tedioso pueblo donde nunca pasa nada, no paré de explicar esta anécdota durante años, en cada reunión de colegas, en cada salida de copas. Cada vez me reía mas recordándola.
No tuvo un final Hollywoodiense, ni tampoco sorpresa, simplemente la realidad superó a la ficción en un hecho que yo protagonicé y que afortunadamente no sería el último.

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